Flaco! Querés jugar?

Gustavo es amante del fútbol. Es de aquellos que suelen jugar por lo menos una vez por semana con sus amigos y que siempre va más temprano a la cancha para ver si en la hora anterior, a alguno de los equipos les falta un jugador y así poder sumarse aclamado por la ansiedad de los de adentro que están desesperados por empezar porque la hora corre.
En alguna oportunidad hasta se ha quedado en la hora posterior a su partido, por lo tanto, pasaba tres horas corriendo atrás de la redonda.
Tiene cierta habilidad para el deporte. Es de esos que por su apariencia, quedaba último para ser elegido en el pan y queso. Pero eso pasaba una sola vez, porque el que lo conocía, buscaba la forma de ser el “pisador” para elegir primero y sin dudar levantaba el brazo señalándolo y decía: “Pinocho!!” que era su sobrenombre.
Flaquito, que es un poco más flaco que flaco. Fibroso, como se le dice a aquellos que tienen su musculatura marcada como una escultura perfecta de anatomía artística. Un metro setenta que los llevaba con un caminar lento, arrastrando las suelas y pateando el aliento de las hormigas.
Siempre en ojotas, exhibiendo sus juanetes y las uñas de los dedos gordos amenazantes por su forma de cuchillo de combate Pakistani. Bermudas tres cuartos a lo Nadal y musculosa fresca de diversos colores y estampados de Looney Tunes.
A juicio de cualquier hijo de vecino que aprecia el deporte más popular del mundo, lo mirabas y no dabas dos pesos, encima, el apodo era la síntesis de esa querella que lo condenaba.
Pero ocurría algo mágico cuando Gustavo se ponía los botines cual Rambo preparándose para la acción.
El ritual era entrar a la cancha, sacar los botines sucios de la bolsa de supermercado, hacerla un bollito y engancharla en el alambrado del perímetro para usarla después.
Sentado a mitad de cancha y fuera de la línea del lateral primero los soquetes y ahora si los botines. Los cordones sueltos hasta los últimos treinta segundo previos de sacar del medio.
Galope lateral por toda la cancha como si estuviera haciendo un reconocimiento de la zona dónde iba a transitar. Repiqueteo en el lugar y unos toques al suelo.
Y ahora si! la magía al servicio de los espectadores. O mejor dicho de aquellos que se cuelgan del tejido admirando el despliegue de los movimientos de aquellas estrellas amateurs.
De los pies pesados y agarrados al piso, a esos saltos lunares que parecen en cámara lenta. Pero que no tiene nada de lerdo ni de perezoso.
En tres saltos pasaba de una línea de fondo a la otra, se movía con una soltura que parecía no cansarse. Y cuando agarraba la pelota la sacaba a bailar una pieza de vals galáctico. Y todo el equipo contrario cortejando la compañera para arrebatársela.
Pero el contacto más cercano que podían hacer era tocarla con la mirada.
Y de repente, un chuntazo al arco o un pase certero que pasaba por el túnel virtual que se formaba entre tantas piernas hambrientas lanzando tarascones, lograban el despegue de su dueño, de esa mascota que iba a atacar a su presa, el arco.
Esto pasó uno de esos días que Gustavo fue antes, jugó, empezó el partido de él y sus amigos, jugó, terminó y empezaba otro y jugó.
Aproximadamente a los 48 minutos del tercer partido, o dicho de otra manera, al minuto 208 de juego, Gustavo recibe la pelota proporcionada por su arquero al costado de su propia área.
Hace un enganche hacia adentro eludiendo al delantero que venía excedido en velocidad y siguió de largo, llegando al círculo central, genera una maniobra que pasa entre dos jugadores y adelanta la pelota persiguiéndola con su pierna extendida, tras el salto de la valla que formaron los dos adversarios con sus miembros inferiores. Y con la punta del botín derecho lanzada hacia el balón para soltar una habilitación perfecta al defensor que picaba por el flanco izquierdo, genera el toque y al mismo tiempo, cae redondo al piso en una expresión dolorosa de grado “MUY” y queda tendido tomado del muslo, economizando movimientos… casi quieto.
El quejido contenido y gargareando las puteadas.
Inmediatamente varios de los presentes levantaron las miradas buscando al francotirador que había atacado desde alguna ventana. Otra cosa no se les ocurría pensar.
Hasta que el arquero del equipo de enfrente, que de profesión era ferretero, pero había hecho un curso de primeros auxilio y algo más podía suponer, se acercó y le preguntó cómo estaba?! Que le pasaba?!
Y con una habilidad impresionante para entender todos esos sonidos que exhalaban la boca de Gustavo, tradujo: “Le agarró un calambre”.
Rápidamente el arquero lo asistió estirando suavemente la parte posterior del muslo, los músculos afectados eran los isquiotibiales, y masajeando el punto del calambre para entibiar y relajar la zona. Todo esto lo iba a calmar.
Luego de un esfuerzo intenso o de mantener una postura durante un tiempo prolongado cualquier persona normal puede tener una contracción involuntaria de uno o más músculos que ocasionan dolor e inmovilidad transitoria. A esto lo llamamos calambre y puede producirse en cualquier parte del cuerpo.
La fatiga muscular y el líquido corporal que eliminamos durante el ejercicio son generalmente la causa principal. Cuando esa fatiga y deshidratación se presentan podemos tener o no la sensación de que un calambre esta por ocurrir.
Hay otros factores que contribuyen al riesgo como la edad, el peso y el no realizar suficientes estiramientos.
Mejorar la circulación, el precalentamiento y estirar contribuyen a evitar los calambres o que se presenten con menos frecuencia.
También una buena hidratación (tomar agua diariamente aun sin tener sed), reducir la ingesta de grasas, evitar los fritos e incorporar alimentos ricos en calcio y potasio, colaboran en la prevención de estos.
Una vez recuperado, Gustavo se paró. Agarró la bolsita del alambrado, se sentó al costado de la cancha, se sacó los botines y los guardó. Y con ellos la magia.
Y mientras avisaban la culminación de la hora de la cancha, Pinocho con su pierna astillada, y la bolsa abajo del brazo, no sólo arrastraba las suelas, ahora también rengueaba.

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